El Casino y Hotel Trump Plaza ya cerró al público, con sus ventanas dañadas por la sal de mar. Solamente un recuerdo de las letras doradas que decían T-R-U-M-P permanece visible en el exterior de lo que alguna vez fue el casino más exclusivo de la ciudad.
No muy lejos de ahí, el Hotel Casino Trump Marina, el cual llevaba años en decadencia, se vendió hace cinco años a un precio de remate, y ahora se conoce como el “Nugget Dorado”.
En el casi desierto extremo Este de la banqueta, el Trump Taj Mahal, ahora con nuevos propietarios, es todo lo que queda del emporio de casinos que Donald J. Trump formó aquí hace más de un cuarto de siglo. Los años de abandono se ven: Las alfombras están luidas, y los candelabros cubiertos de polvo cuelgan por encima de los pocos clientes que se reúnen a jugar en las máquinas de a penny.
En su campaña presidencial, Trump, el supuesto candidato republicano a la presidencia, a menudo presume de su éxito en Atlantic City, de cómo fue más inteligente que las compañías de Wall Street que financiaron sus casinos y llevó el valor de su nombre a la cumbre. Un argumento central de su candidatura es que llevaría a la Oficina Oval la misma destreza de negocios, haciendo por los Estados Unidos lo que hizo por sus empresas.
“Atlantic City impulsó mucho mi crecimiento” declaró Trump en una entrevista en mayo, resumiendo su historia de 25 años aquí: “El dinero que obtuve de ahí fue increíble”.
Su personalidad audaz y propiedades opulentas atrajeron la atención — y numerosos jugadores— a Atlantic City cuando la ciudad buscaba quitarle el primer lugar a Las Vegas como la capital de las apuestas de la nación. Sin embargo, una revisión de cerca de revisiones regulatorias, registros de corte y declaraciones de acciones realizada por The New York Times deja muy pocas dudas de que el negocio de casino de Trump fue un fracaso alargado. Aunque ahora dice que sus casinos fueron arrastrados por la misma marejada que eventualmente destruyó la industria de las apuestas de la ciudad costera, en realidad él estaba fracasando en Atlantic City mucho antes de que Atlantic City comenzara a fracasar.
Sin embargo, aun mientras sus compañías tenían muy bajo desempeño, a Trump le iba muy bien. Invirtió muy poco de su dinero, transfirió sus deudas personales a los casinos y recibió millones de dólares en sueldo, bonos y otros pagos. La carga de sus fracasos cayó sobre los hombros de sus inversionistas y otros que le habían apostado al cúmulo de conocimientos de negocios de Trump.
A lo largo de tres entrevistas con The Times desde abril pasado, Trump reconoció en términos generales que la gran deuda y bajas ventas habían plagado sus casinos. No recordó detalles acerca de algunos asuntos, pero no cuestionó los hallazgos de The Times. Enfatizó una y otra vez que lo que realmente importaba de su tiempo en Atlantic City era que había ganado un montón de dinero ahí.
Trump armó su emporio de casinos pidiendo dinero prestado a intereses tan altos —luego de decirle a los reguladores que no lo haría— que el negocio prácticamente no tenía posibilidades de triunfar.
Sus casinos visitaron la corte de bancarrota en cuatro ocasiones, en cada una persuadiendo a los inversionistas de que aceptaran menos dinero en vez de perderlo todo. Sin embargo las compañías repetidamente agregaban más deuda cara y regresaban a la corte para protegerse de los acreedores.
Luego de apenas escapar la ruina financiera al principio de los 1990s retrasando el pago de sus deudas, Trump evitó una segunda crisis potencial haciendo sus casinos públicos y así llevando el riesgo a los compradores de las acciones.
Nunca pudo atraer suficientes apostadores para apoyar toda la deuda en la que incurrió. Durante una década —cuando otros casinos aquí florecieron— los de Trump fracasaban, declarando pérdidas enormes año tras año. Los inversionistas y prestamistas perdieron más de mil 500 millones de dólares.
Mientras tanto, Trump recibía copiosas cantidades para él mismo, con la ayuda de un comité sumiso. En una ocasión, según descubrió The Times, Trump retiró más de 1 millón de dólares de su compañía pública que estaba fracasando, describiendo la transacción en declaraciones ante la Comisión de Valores en formas que podrían haber sido ilegales, según expertos del tema.
Ahora Trump dice que se fue de Atlantic City en el momento perfecto. Sin embargo, el registro muestra que batalló aferrándose a sus casinos por años después de que la ciudad había llegado a su mejor momento, y falló solamente porque sus inversionistas ya no lo quisieron en un papel administrativo.
Hay aquellos que recuerdan con agrado el talento de Trump para el espectáculo, los miles a los que les dio empleo en una ciudad en apuros, y las decenas de millones de dólares en impuestos que sus casinos generaron.
“Fue una gran persona para la compañía”, dijo Scott C. Butera, el presidente de la compañía de Trump al momento de su bancarrota de 2004. “Con su vigilancia, su marca y su mercadeo, es verdaderamente un experto”, agregó.
Muchos otros se pusieron felices de verlo partir.
“Arruinó a varios contratistas y proveedores locales cuando no les pagó”, explicó Steven P. Perskie, quien era el máximo regulador de casinos de Nueva Jersey al principio de los 1990s. “Así que cuando se fue de Atlantic City, no hubo un ‘Qué lástima que te vayas’. Más bien fue un ‘¿Qué tan rápido te puedes largar de aquí?”
Fuente: diario.mx