Super Bowl

Un experto en psicología explica que el perfil de personas adictas al juego está cambiando. Los jóvenes son «un tipo de jugador que antes prácticamente no existía y ahora llega a los centros de tratamiento con cierta frecuencia».

Las casas de apuestas están encontrando en el deporte estadounidense su nuevo nicho. Están presentes en competiciones donde hasta hace cinco años era improbable encontrar anuncios de este tipo de empresas como la NBA, o la NFL –con la Superbowl como uno de los eventos más seguidos en el mundo–. La presencia de estos anuncios sigue en auge pese a que hay estados donde las apuestas están prohibidas. «Dar libertad a este producto es un problema de salud pública y se tiene que abordar como tal», explica a Público el catedrático en Psicología José César Perales.

Prueba de este incremento es que los ciudadanos de este país en 2023 incrementaron un 27,8% el dinero que destinaron a las apuestas deportivas, superando los 120 mil millones de dólares. Son datos de la Asociación Americana del Juego (AGA), que destaca que en la Superbowl de este año, los apostadores gastaron 340 dólares por persona (un 44% más que en la pasada edición).

Las consecuencias ya se están viendo reflejadas en la población del país. Las llamadas de auxilio a los centros de ayuda a personas con ludopatía están creciendo en varios estados, como es el caso de Ohio, donde la organización Problem Gambling Network registró un 55% más de avisos respecto al año anterior. En una entrevista a la NBC, un ciudadano, que no quiso revelar su identidad, afirmó que perdió «su matrimonio, su casa y cientos de miles de dólares».

Cada vez son más los afectados. Y el rango de edad disminuye. Según añadió el afectado a la NBC: «En las reuniones, ahora veo gente cada vez más joven. Cuando comencé a reunirme, yo era el más joven. Tenía poco más de 40 años», relató. Ahora, pueden encontrarse incluso menores apostando. Como es el caso de Unai Garma, un amante del deporte que empezó con 15 años. «Pedía a amigos, tenía deudas, empecé a robar dinero en casa. Al final se convierte en un problema«, afirma Garma, que ahora tiene 27 años, a este medio.

Una industria dirigida a los jóvenes

Perales afirma que «el mercado de las apuestas deportivas se ha orientado de forma bastante clara a la gente joven». De esta manera, el perfil de los «jugadores patológicos» –aquellos que son adictos– ha variado en los últimos años.

Las apuestas deportivas están hechas «para que la gente pierda», aunque tiene un cierto «componente de habilidad», señala. Por lo tanto, «atraen a gente que cree que tiene esa habilidad«. «Esa combinación de juventud, de creencias distorsionadas relativas a la posibilidad de ganar dinero a largo plazo y de cierto concepto vinculado al juego es bastante frecuente a día de hoy», añade el experto, quien detalla que «es un tipo de jugador que antes prácticamente no existía y ahora, sin embargo, llega a los centros de tratamiento con cierta frecuencia«.

Normalización del juego desde pequeños

Un ejemplo de este nuevo perfil es Garma. «Con el tiempo vas perdiendo dinero. Pedía a amigos, tenía deudas, empecé a robar dinero en casa. Al final se convierte en un problema. No aprobaba ni una asignatura y dejé de ir a la universidad. Mentía todos los días a todo el mundo», comenta.

Antes de las apuestas, Unai recalca que el primer contacto con el juego de azar se produjo a los 12 años con La Quiniela. Ya en Segundo de la ESO, él y sus amigos empezaron a jugar al póker en la hora libre después del comedor «cuando no había balón». Según relata, apostaban una pequeña cantidad: «A lo mejor 5 euros. Nadie nos decía nada«, añade.

Ahora, Unai lleva siete años sin apostar y tiene un proyecto llamado A90Grados con el que imparte charlas, conferencias y formaciones con el fin de ayudar y dar visibilidad a los peligros de la adicción al juego. «Queremos que conozcan la parte negativa que tiene esto, porque a través de la publicidad nos muestran la parte positiva. Es necesario que vean que este mundo tiene sus peligros y hay que tener mucho cuidado«, señala.

Fuente: publico.es