El sudeste asiático está minado de casinos para atraer a turistas chinos. En su país están prohibidos. Algunos arriesgan hasta la vida. Dedos cortados, cadáveres flotando río abajo… La Ciudad Dorada de Boten, el Eurovegas de la frontera de Laos con China, se ha convertido en una ciudad fantasma por el terror de las mafias.

Hay pasos fronterizos que imponen respeto con sus muros culminados de alambradas de espino, personal militar armado hasta los dientes y sofisticadas medidas de seguridad. Otros, sin embargo, dan risa. El que separa China de Laos pertenece al segundo grupo. La única estructura que anuncia el fin de un país y el inicio de otro es una estupa dorada construida a modo de cabina de peaje sobre la estrecha carretera, bautizada como ‘Route 13’ por los colonizadores franceses de Indochina. Un grupo de funcionarios desganados fuma y charla tranquilamente mientras controla de reojo los documentos de los camiones que cruzan cargados de mercancías entre los dos países comunistas. Sin embargo, esta parsimonia no es lo que se esperaba de esta frontera. Al contrario, iba a ser el paso más transitado de Laos y un hervidero de negocios que serviría para sacar de la pobreza a gran parte de la población del norte del país. Al fin y al cabo, para eso se construyó la Ciudad Dorada de Boten.

Ese ambicioso proyecto arrancó en 2003, cuando el gobierno laosiano firmó una concesión de 99 años con una empresa de Hong Kong para que construyese junto a la frontera china una zona económica especial que, según la publicidad distribuida entre los lugareños y cuyos panfletos todavía vuelan de aquí para allá impulsados por el viento, prometía «un paraíso de libertad y de prosperidad». Lo que no contaban los folletos es que, en realidad, lo que se iba a levantar era el equivalente laosiano del fallido Eurovegas: un pueblo erigido a lo grande en 1.640 hectáreas y dedicado casi en exclusiva al entretenimiento más sórdido.

Las excavadoras se pusieron en marcha gracias a una inversión que superó los 100 millones de euros, y, en tiempo récord, levantaron gigantescos hoteles y bloques de apartamentos con espacio para cientos de comercios en sus plantas bajas. El atractivo de este lugar en medio de la nada, sin embargo, estaba escondido en dos grandes casinos que atraían a miles de chinos que buscan saciar su apetito por el juego en países que, al contrario que China, no lo prohíben. Y si el anzuelo eran los casinos, los prostíbulos que hacían su agosto todo el año y la impunidad que ofrecía la ausencia de la ley fueron el irresistible cebo. «Durante un tiempo, aquí se movió mucho dinero», recuerda Luong, en cuya tienda de alimentación apenas hay género en dos estanterías. «Algunos se hicieron ricos de la noche a la mañana, pero quienes invertimos pensando a largo plazo nos hemos arruinado».

Porque, de pronto, Boten se convirtió en fuente de todo tipo de historias de terror: mafiosos chinos que impedían la salida del país a quienes lo habían perdido todo en el ‘blackjack’, amputación de miembros de quienes trataban de escapar, e incluso cuerpos que acababan flotando río abajo. Los habitantes se hartaron y el Gobierno chino se vio obligado a tomar cartas en el asunto. La exigencia de visado por parte de Laos y las multas que impone China a quienes se dan al juego fuera del país provocaron el cierre de la Ciudad Dorada en 2011.

A pesar de que se ha intentado su resurrección en varias ocasiones, ahora Boten es el esqueleto de una ciudad fantasma en la que mesas de juego se apilan unas sobre otras y rascacielos casi completados se caen a pedazos. En un hotel de 232 habitaciones ni siquiera hay recepcionistas, solo un cartel con un número de teléfono en el que los camioneros que quieran darse un dulce descanso pueden contratar los servicios de ‘señoritas de compañía’. Para muchos, Boten es el peor ejemplo de lo que sucede cuando se apela a los más bajos instintos de la población china.

Pero Laos no es el único país que ha probado esta estrategia, y otros sí que han tenido éxito en mayor o menor medida. De hecho, no muy lejos de Boten, la localidad birmana de Mong La, también fronteriza con el gigante asiático, acoge una veintena de pequeños casinos, la mayoría de los cuales están regentados por mafiosos chinos. Cientos de personas cruzan cada día la frontera de forma ilegal para dejarse los cuartos sobre las raídas mesas de blackjack o en interminables partidas de póker. Claro que algunos perdedores no saben retirarse a tiempo y sufren consecuencias similares a las que provocaron el cierre de Boten.

Putas y tráfico de animales

Es el caso de un empresario de la ciudad china de Chongqing, apellidado Zhang, que contó su historia en Mong La al diario ‘New York Times’: «Llegué aquí como un hombre rico, pero ahora no tengo nada». Por lo visto, hace una década perdió unos 700.000 yuanes (unos 52.000 euros) en los casinos, y sus propietarios no le permiten abandonar el lugar hasta que no pague. Ahora sobrevive como taxista llevando a otros jugadores que, como él, puede que pasen en Birmania mucho más tiempo de lo que esperaban. «De aquí no sales hasta que pagas», sentencia.

Además de la prostitución, cuya red incluso ofrece niñas vírgenes, en Mong La el atractivo añadido al juego está en el comercio ilegal de animales en peligro de extinción, cotizados en fórmulas ‘mágicas’ de la medicina tradicional china. Por eso, antes o después, quienes cruzan la frontera para hacer juego siempre pasan por el mercado de la localidad, en el que un zoólogo británico, Vincent Nijman, catalogó hasta 40 especies raras o protegidas. Junto a otro compañero de la ONG Traffic, encontró también 49 colmillos de elefante completos y 3.300 piezas de marfil. Toda una inversión para los pocos que ganan a la ruleta.

A pesar de los riesgos que conlleva, al sureste de Mong La, Camboya también hace caja gracias a la veintena de casinos que tiene repartidos por su geografía. Algunos son poco más que ruinosos edificios situados en puntos fronterizos como Poipet, pero otros se acercan más al estridente estilo que nació en Las Vegas. Es el caso de NagaWorld, el hotel-casino de lujo construido en la capital, Phnom Penh, por NagaCorp, el gigante hongkonés del juego en el sudeste asiático. La empresa disfruta del monopolio del juego en 200 kilómetros a la redonda, y solo paga el 1,5% de los ingresos en concepto de impuestos. Todo un chollo que ha sido muy bienvenido entre los corruptos camboyanos y los turistas vietnamitas y chinos, cuyas visitas a la capital de Camboya han aumentado un 18% desde la apertura de NagaWorld.

Más impresionante todavía es el éxito que ha cosechado el magnate mundial del juego, Sheldon Adelson, en Singapur. En la ciudad-estado más próspera de Asia, su faraónico edificio Marina Bay Sands destaca en el horizonte. No en vano, se trata de tres torres de 55 pisos unidas en lo alto por una plataforma, el ‘Parque del Cielo’, en el que una gigantesca piscina ofrece impresionantes vistas de la ex colonia británica. Sus promotores, que hicieron cambiar la ley de Singapur para permitir el juego, aseguran que es mucho más que un casino. Se trata de un complejo de ocio que incluye un hotel con 2.560 habitaciones, salas de congresos, centros comerciales, teatros, cines y restaurantes.

Pero lo que deja el 80% de los beneficios y realmente atrae a la clientela foránea, ya que los nacionales de Singapur lo tienen prohibido, es el casino de 15.000 metros cuadrados bien equipados con unas 500 mesas de juego y 2.500 máquinas tragaperras en las que, de nuevo gracias a una excepción en la legislación nacional, está permitido fumar. Es, en definitiva, lo que Adelson pretendía construir en los alrededores de Madrid. Y hace las delicias de los turistas chinos. «Personalmente, siento vergüenza por el hecho de que hayamos tenido que bajarnos los pantalones para atraer a ricos chinos, muchos de ellos corruptos», critica Shiyun Ong, una joven de la ciudad. «Pero entiendo que en un momento de crisis económica haya hecho falta su capital». Lo mismo deben de pensar en Japón, donde este año el Parlamento podría dar luz verde a la construcción de casinos en algunos lugares concretos del archipiélago.

Fuente: laverdad.es