Los casinos otorgados a los restos de las tribus indígenas estadounidenses para que los exploten dentro de sus reservas, han logrado desplazar a la industria del juego de azar que alguna vez creó la mafia ítaloamericana en Nevada.
«¿Quién puede comprar o vender el Cielo o el calor de la Tierra?», preguntó en una famosa carta el jefe indio Seattle al presidente estadounidense Franklin Pierce, tras recibir de éste una oferta por las tierras de sus antepasados.
Poco podía imaginar que, apenas un siglo después, sus descendientes serían unos de los más destacados empresarios del mayor país capitalista del mundo gracias a los casinos. Los viejos ritos junto al tótem, los ‘powwows’ (fiestas entre tribus) han dado paso a un imperio de casinos que ingresó el pasado año US$ 25.100 millones, una cifra que hizo palidecer los US$ 6.000 millones obtenidos por Las Vegas en 2006, según la consultora Price Waterhouse and Coopers, y que multiplicaron varias veces la suma de los beneficios de esta ciudad junto con Atlantic City, según el FBI. Se trata de una cantidad astronómica que no deja de crecer, pues este dato dobla el conseguido en 2001, según los datos oficiales de la Comisión Nacional del Juego Indio (National Indian Gaming Commission, NIGC en inglés).
El secreto de este éxito es la condición especial de los nativos americanos. Desde que fueran reducidos por el hombre blanco a vivir en reservas, los indios han conseguido a cambio una serie de derechos exclusivos que han aprovechado para explotar la ley a su favor: aquellos territorios se encuentran bajo la jurisdicción de cada tribu, de modo que tienen el privilegio de gestionar un gran número de juegos de apuestas con relativa libertad gracias a que existe un importante descontrol legal.
Sin embargo, este privilegio es, sobre todo, que una medida gubernamental para intentar evitar que las tribus caigan en la drogadicción, la bebida y para paliar el brutal desempleo. Así, han permitido que el dinero de los casinos se convierta en una de las últimas balas en la recámara que tienen los indios para abandonar dicho camino. La vida en estas comunidades es difícil desde la conquista del Oeste.
Según el último estudio del Departamento de Justicia estadounidense, la población india comete más del doble de crímenes violentos (uno por cada 10 habitantes) que la media nacional, teniendo el alcohol un papel protagonista en este drama: el porcentaje de detenidos por borrachera es de un 3,5% frente al 1,5% de todo el país. Por ello, con el fin de ayudarles, la ley dice que al menos un 60% de los beneficios de los casinos tiene que tener como destino algún proyecto para mejorar la comunidad y que los salarios individuales han de ser aprobados por la NIGC en base a unos criterios éticos. Sin embargo, son muchas las argucias para evitar que esto sea así.
La conquista del Oeste En Norteamérica existen unas 560 tribus indias, de las que 224 operan, de un modo u otro, juegos de apuestas. A pesar de que el mayor casino de todo el país es el ‘Foxwoods’, dirigido por el clan Mashantucket Pequot en Connecticut (Este de USA), el negocio se encuentra en las reservas donde viven los supervivientes de la ‘Conquista del Oeste’. Casi la mitad de todos los ingresos del azar se encuentra en la parte occidental de USA, en especial en California y Oklahoma, según la NGIC. Los estados han sido quienes han puesto el negocio en bandeja a los nativos.
Mientras algunas regiones prohibían cualquier tipo de apuesta por referéndum, las tribus, amparadas por la ley, podían montar los clubes en sus reservas, con lo que obtuvieron el monopolio del azar. Un ejemplo de esta situación privilegiada se encuentra en el voto de la Proposición 68 de California en el año 2004. Estaba en juego que, de aprobarse, los indios tendrían que aceptar un impuesto del 25% o permitir a cambio que cualquier ciudadano pudiese tener su propio casino. Sin embargo, el masivo apoyo al ‘no’, del 82%, dejó claro que los californianos estaban en contra de extender las apuestas al resto del estado, por lo que dejarlo en manos de los indios fue considerado un mal menor.
El juego de la ambigüedad El descontrol que existía dentro de las reservas impulsó en 1988 el Acta Regulatoria del Juego Indio (Indian Gaming Regulatory Act) para supervisar los casinos y el destino de su dinero. Sin embargo, su éxito ha sido muy limitado porque no ha sido capaz de establecer una clasificación clara para los distintos tipos de juegos de azar.
El acta establece tres tipos de juegos: Clase I, Clase II y Clase III. Los dos primeros incluyen desde ritos populares a entretenimientos similares al bingo, donde la fortuna se asocia a unos números y todos los participantes tienen las mismas oportunidades al extraerse las cifras de forma secuencial, según los criterios de la Comisión Nacional del Juego Indio.
Por otro lado, la Clase III «incluye el resto de juegos que no sean la Clase I ni II«, según el acta, entre los que están algunos juegos de cartas como el ‘Blackjack’. Los nativos han sabido explotar esta ambigüedad para sortear la Clase III, pues esta implica tener que llegar a un acuerdo con el Estado para poder tener licencia: no tener permiso es incumplir el Acta Johnson, es decir, cometer un delito por promover el juego ilegal. Sin embargo, gracias a su ingenio, las tribus alegan que muchas máquinas de apuestas modernas se incluyen en el grupo II para acoger bajo su propia jurisdicción los casinos.
La electrónica ha sido la gran excusa india. Muchas sentencias de la Corte Suprema han dado la razón a los clanes que alegaron que el uso de programas informáticos y otras herramientas no eran más que ayudas para representar los juegos de Clase II. Un imperio en expansión Impulsados por el juego, algunos clanes indios gozan de un poder económico nunca antes visto. En su época hubiese sido una herejía ver en el clásico ‘spaghetti western’ de sobremesa un ‘saloon’ dirigido por un cherokee, pero ahora todo es posible: los indígenas seminolas compraron en 2006 la cadena de cafés y casinos Hard Rock por US$ 965 millones. Aunque su nombre es menos famoso que el de los apaches o el de los mohicanos, el hito de esta tribu no es tan sorprendente, porque en 1979 fue la primera en entrar en el mundo de las apuestas. Otro caso es el del clan navajo, que con 300.000 habitantes es la mayor reserva india, según Reuters.
El clan pidió en 2005 un bono de US$ 400 millones para financiar la construcción de sus primeros casinos. «Siento que tenemos los recursos para devolver el dinero que vamos a pedir prestado«, dijo el presidente navajo Joe Shirley Jr., quien apostó por el juego para ayudar a un pueblo del que el 60% de personas no tenía acceso a ningún teléfono ni el 32% vivía en zonas de sistema de alcantarillado, según la agencia. Por otra parte, la oportunidad no ha pasado desapercibida para algunos magnates ajenos a los clanes, quienes participan de los negocios indios como inversores. Así nació el fenómeno del ‘Reservation Shopping‘, práctica legal por la que las tribus compran tierras fuera de sus reservas para montar casinos en las afueras de núcleos urbanos.
Los empresarios consiguen una parte de los beneficios a cambio de algunas ayudas como asistencia jurídica y las relaciones públicas del ‘lobby’ al que pertenecen. No obstante, el gran negocio se encuentra en las reservas. Más allá de los nuevos negocios y los grandes complejos de casinos, el verdadero mercado de los nativos americanos es la ambigüedad de la Clase II, un fenómeno que ha alcanzado tal punto que ya es popular la palabra ‘bingosino‘, un híbrido que hace referencia al paraíso de los ‘bingueros’.
Fuente: urgente24.com